Hola,
En una entrada anterior de este Blog, tuvimos el placer
de conocer más de cerca a Sara García de Pablo, ganadora del I Certamen «Enseñamos
a Leer» por su proyecto El misterio de los Cronófagos. En aquella
entrevista compartimos cómo la lectura puede convertirse en una experiencia
casi mágica para los más pequeños, una forma de «vivir aventuras» tal como ella
misma define.
En
El misterio de los Cronófagos, los niños no solo leen: se convierten en
protagonistas de una aventura. Su misión es clara, aunque no sencilla: proteger
la línea temporal de unos seres que se alimentan de momentos históricos. Y para
ello, el primer paso es dejar atrás su identidad habitual y transformarse en un
agente temporal.
¿Cómo
se hace eso? Con un carnet especial y un nombre en clave. No es un simple
juego: inventar un sobrenombre es un ejercicio de creatividad y
autoconocimiento que, en segundo de primaria, tiene mucho más valor del que
parece.
El
nombre en clave debe ser único, algo que solo ese agente temporal pueda llevar.
Puede partir del propio nombre del niño y combinarse con algo que le guste, le
represente o despierte su imaginación. Sara, por ejemplo, se convierte en
Sarlina porque le encanta lanzarse por la tirolina. Tomatrueno, para Tomás que
quiere ser rápido como el rayo. Rocirueda para Rocío, amante de la bici y el
patinete. Diego pasaría a ser Diegoláctico, porque sueña con viajar por el
espacio. Cada elección implica pensar en uno mismo, en lo que nos define y en
cómo queremos que los demás nos vean.
Al
escribir ese nombre en su carnet, los niños ponen por escrito una parte de su
identidad. Este gesto, aparentemente pequeño, refuerza la autoestima, fomenta
el respeto por la diversidad y crea un sentido de pertenencia a un equipo
secreto que solo ellos conocen. Es un paso inicial que abre la puerta a lo que
vendrá después.
Y
lo que viene es escribir para defender la historia. A lo largo de la misión,
los agentes temporales leen textos sobre distintas etapas históricas. El
Paleolítico, por ejemplo, deja de ser una palabra extraña para convertirse en
un escenario vivo: las cuevas como refugio, las pieles como abrigo, las
herramientas de piedra tallada como únicas aliadas.
Pero
no se trata solo de leer y memorizar. Cada agente debe inventar preguntas y
escribir sus respuestas. Preguntas como: «¿Qué utilizaban para vestirse en el
Paleolítico?», «¿De qué estaban hechas sus herramientas?», «¿Dónde vivían?».
Formulándolas, los niños aprenden a identificar la información importante de un
texto y a transformar lo leído en conocimiento activo. Escribir las preguntas y
respuesta les obliga a ordenar sus ideas, buscar palabras precisas y conectar
lo que acaban de aprender con lo que ya saben.
Estas
preguntas no se quedan en el papel. Forman parte de las armas con las que los
agentes se enfrentan a los Cronófagos. En la dinámica del juego, cada pregunta
bien planteada y respondida es un paso más hacia la victoria. Así, la escritura
deja de ser una tarea aislada para convertirse en una herramienta estratégica,
útil y emocionante.
La
combinación de inventar un nombre secreto y crear preguntas y respuestas es, en
realidad, un entrenamiento doble. Por un lado, se ejercita la escritura
creativa, ligada a la identidad y la imaginación. Por otro, se trabaja la
escritura funcional, aquella que organiza y transmite información. Ambas se
apoyan mutuamente: cuanto más capaces son los niños de expresarse con libertad,
más facilidad tienen para explicar lo que saben; y cuanto más claros son al
comunicar, más seguridad ganan para inventar y jugar con las palabras.
En
definitiva, en El misterio de los Cronófagos, la escritura no se enseña
de forma abstracta ni se limita a copiar en un cuaderno. Aquí se escribe para
algo: para existir como agente temporal, para proteger el pasado y para vivir
una historia que no se lee… sino que se vive.
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